De San Francisco a Nueva York y de la lÃnea divisoria hasta Chicago, Los narcos gringos describe con minucioso detalle los ingeniosos trucos de que se valen los brokers, los artÃfices del tráfico de estupefacientes, para llevar sus mercancÃas al interior de la Unión Americana y lavar el producto de su labor ilÃcita que hacen llegar a los cárteles mexicanos, el verdadero poder de la ecuación.
Relatos y retratos insólitos -algunos dignos de llegar a las pantallas cinematográficas, como el del inolvidable Don Henry Ford Jr.- desfilan por estas páginas para cuestionar mitos como la despenalización y el perdón presidencial a delincuentes, presentando en cambio un panorama demoledor sobre la adicción y el alcance de los intereses que buscan satisfacerla. Los narcos gringos no usan camisas de seda italiana o botas de pieles de animales exóticos, tampoco gruesas cadenas de oro y mucho menos relojes caros con incrustaciones de diamantes. El prototipo del narco gringo es una persona común y corriente que viste un pantalón de mezclilla, camisa o camiseta, que no usa anillos ni conduce autos caros.